Cómo vincularnos con la PAZ en contextos de violencia
La paz es un estado interno de balance que involucra cuerpo, mente, emociones, afectividad, espíritu y también nuestra conectividad, es decir, nuestros vínculos con el medio natural y con los demás seres en el contexto social.
La PAZ es un fenómeno interno y externo, referido a la ecología interna, social y planetaria. Cuando hablamos de paz estamos hablando de armonía, de balance y del ritmo fluido de la vida que vivimos.
Somos
seres humanos, planetarios y espirituales, integrados en unidad en nosotros
mismos en todos los aspectos: físico, emocional, mental y espiritual.
Ser seres de paz implica tener conciencia transpersonal,
amplia capacidad de autoconocimiento y la responsabilidad personal de
autosustentar la propia evolución, transformación y trascendencia que
contribuya a sostener el balance vital en lo personal, en lo social y con el
medio natural.
Aún en contextos de violencia podemos transformarnos en seres de paz porque la paz inicia en nuestro universo interno; en nuestro cuerpo, nuestro corazón y nuestros pensamientos y para explorar cómo transformarnos en “seres de paz”, necesitamos considerar la paz en nuestro cuerpo, nuestro corazón y nuestra mente, para que luego se proyecte más allá de nuestra individualidad.
Cuando la violencia externa nos moviliza, nos altera y
nos lleva a perder nuestro balance estamos frente a un “síntoma”, a un llamado
de atención para que volvamos a focalizarnos en ese aspecto de la paz que nos vincula
con nuestra ecología interna.
Recordemos que nuestra vida transcurre en un mundo de
relaciones, de vínculos múltiples y diversos que tejen una trama que nos
involucra profundamente, en la que todo está vinculado con todo.
Recordemos también que la transformación personal es la que posibilita la transformación social; que si queremos que la paz abrace nuestro ámbito de vida, primero es necesario que nos transformemos personalmente en seres de paz para que la paz en lo externo sea el fiel reflejo de la paz en nuestro mundo interno. Una fuente de inspiración para transformarnos en seres de paz, en lo personal y en lo social puede ser el legado de los esenios a la humanidad; más allá del origen de esta hermandad, más allá del ámbito geográfico en el cual vivieron, lo importante es que existieron hace miles de años (mucho antes de la era cristiana) y dejaron un legado de enseñanzas que aparecen también en el “Zend Avesta” de Zoroastro, en el Brahmanismo, en los sistemas vinculados al yoga, en las enseñanzas del budismo tibetano, en la escuela de Alejandría (Egipto) y también, en la cultura occidental (en la Francmasonería, Gnosticismo, la Kabala, el Cristianismo).
Los esenios vivían en comunidad, a orillas de lagos y ríos, lejos de las ciudades. Compartían todas sus pertenencias por igual, eran absolutamente vegetarianos; eran agricultores y arboricultores y tenía un gran conocimiento de los suelos, del clima y los cultivos. Carecían de esclavos y criados. Dedicaban mucho tiempo al estudio de las escrituras antiguas, a la enseñanza, la sanación y la astronomía. Realmente, su vida era simple, ordenada, organizada y tenían rutinas saludables, vinculadas a la espiritualidad. Respetaban el sábado (shabat) y ese día lo dedicaban al estudio, a la conversación, a la música y a la atención de visitas. Todas sus actividades eran la expresión del amor altruista y creativo. Los esenios sabían vincularse con todos los elementos de la naturaleza y dominaban un conocimiento profundo de sus energías y la interrelación con todo en este planeta. Ese conocimiento les permitía comprender el funcionamiento corporal y su adecuada alimentación; consideraban al ser humano como una parte de esa gran trama viva e inclusiva. Sabían encontrar el balance vital y recuperarlo cuando lo perdían y tenían el don de la sanación. La meditación, la comunión con las fuerzas de la vida y del universo, el perfeccionamiento del cuerpo y de la mente, la alimentación consciente, el sentido profundo de familia, de humanidad, de espiritualidad y el respeto profundo por la sabiduría legada por los grandes maestros de todas las épocas de la humanidad, seguramente pueden ser una fuente de inspiración para nuestra propia transformación en seres de paz.
* Paz en el cuerpo
Nuestro cuerpo es un sistema físico por donde circula la
energía vital y psíquica. Esta energía recibe diferentes nombres según las
diferentes culturas: en el mundo griego se llama “pneuma”; en el judaísmo
“ruach”; en la cultura china “Ki o Chi”; en el yoga, “prana”; en Polinesia,
“mana”; en el Egipto antiguo, “ka”; en la cultura Dakota, “wakanda”(sólo para
traer algunos ejemplos). Esta energía sutil es el llamado “aliento de vida”. La
circulación de esta energía por el sistema físico a veces se bloquea por diferentes
motivos y –en esos casos- es necesario recurrir a métodos o recursos que ayuden
a su reconocimiento, desbloqueo y a la relajación para que vuelva a fluir libremente por los
canales adecuados de circulación de esa energía.
Podemos nombrar algunas prácticas que incluyen recursos
de relajación:
*
yoga * tai chi * aikido * judo *eutonía -entre otras-
También
la alimentación contribuye a la sustentabilidad de la libre circulación de esta
energía vital; una dieta consciente, saludable y balanceada complementa el
movimiento saludable y consciente del cuerpo.
*
Paz en el corazón
Cuando
hablamos del corazón incluimos las emociones y la afectividad. Generalmente,
este aspecto ha sido relegado en el ámbito de la educación y desplazado por la
desbordada atención que se le ha dado (y aún se le da en cierto modo) a la
intelectualidad, a la cual se le dio supremacía. Hoy se ha comenzado a hablar
de la inteligencia emocional y afectiva, generando nuevas responsabilidades,
como la responsabilidad afectiva y emocional.
*
Paz mental
La
mente se vincula con la inteligencia, la percepción y la
memoria. Pero la mente también es energía sutil, energía espiritual.
¿Cómo
podemos aquietar nuestra mente?
Uno
de los recursos más conocidos es la meditación.
La
meditación disuelve las fronteras que existen entre el Yo y el mundo exterior;
es el retorno hacia uno mismo, al cuerpo de uno; es un recorrido por nuestro
mundo interno, por el silencio que trae respuestas, que abre puertas a nuevos
caminos y alternativas; que calibra nuestra mirada del mundo y de la vida desde
una perspectiva inclusiva y expandida.
La
persona que medita trasciende el concepto del espacio-tiempo, por eso decimos
que disuelve las fronteras entre el yo y el mundo que nos rodea y en ese estado
se experimenta la llamada “paz interior”, incluyendo el aquietamiento de los
pensamientos y del caos mental.
Meditar
produce mejoras en muchos aspectos:
*estado
mental *atención *memoria *balance emocional *sincronización de las ondas
cerebrales de ambos hemisferios *productividad laboral *estimula y despierta la
conciencia *representa un antídoto a la alienación *facilita la resolución de
conflictos sin violencia, con sabiduría y amabilidad *nos vuelve seres más
abiertos, más conscientes, menos autómatas y menos alienados.
Estas
mejoras que se observan como efectos de la meditación también se hacen
extensivos a otras prácticas como las danzas meditativas, el Tai chi, el Chi
Kung, las danzas rituales de las culturas originarias y milenarias; las danzas
circulares del mundo o danzas sagradas circulares; éstas y otras son prácticas
que colaboran con la paz mental, la paz del corazón y la paz corporal.
*
Paz social
La
paz social es una consecuencia de la paz en uno mismo. La paz social
incluye la paz con la naturaleza y con el planeta y se relaciona con los
vínculos y la convivencia.
En la convivencia se dan algunas circunstancias que quiebran la armonía de todo el contexto. Existen acuerdos sociales que se transforman en presiones sociales que obligan a los individuos a adoptar reglas anormales y destructivas. Son consensos patogénicos muchas veces llamados “guerras justas”, que logran respaldos legales. Por eso, en las guerras se justifican las muertes y se las considera normales; se normaliza la guerra e incluso se justifica cualquier acto violento “en defensa del honor herido”; de este modo, las guerras se transforman en duelos de “honor herido colectivo” que involucran a sociedades enteras, volviéndolas prisioneras de esa "patología de la normalidad".
En esos contextos de convivencia, la falta de armonía causa la formación de una sociedad violenta, patológica y patogénica en sus vínculos con los individuos que la constituyen, volviéndolos prisioneros de esa patología “consensuada” e incluso, amparada muchas veces por la legislación.
La
mayoría de nuestras costumbres son el resultado de aquellas normas que hemos
copiado de nuestros padres, de otros ancestros y de los educadores que han
pasado por nuestras vidas. Ellas tienen por finalidad preservar nuestro
equilibrio físico, psíquico y emocional; en muchas oportunidades esas
normas pueden ser destructivas pero igualmente las adoptamos y sostenemos porque fueron
consensuadas y forman parte de esa “normalidad acordada” como pauta de
convivencia. Esas normas se vuelven patógenas y generan hábitos insalubres que están lejos de contribuir con una cultura de paz; pero si hacemos consciente esa condición, podremos abandonarlas, trascenderlas y transformarlas, encontrando las normas de convivencia adecuadas, coherentes con la esencia de una cultura de paz.