La responsabilidad es
una cualidad completamente voluntaria, basada en el libre albedrío; es la habilidad
de responder, de poner atención y cuidado en los pensamientos, las acciones y
las decisiones. Somos responsables cuando respondemos por nuestros actos,
nuestras palabras y por las decisiones que tomamos.
En la convivencia
cotidiana la responsabilidad es un valor ineludible, un elemento básico para sustentar
la armonía y el balance saludable en todos los ámbitos de convivencia (familia,
amigos, sociedad, espacios profesionales e institucionales).
La responsabilidad
revela nuestro nivel ético; ser conscientemente responsable es un acto
voluntario que implica respeto y transparencia de nuestros actos a la vez que
revela nuestro cuidado, respeto y amorosidad hacia los demás seres.
Se vincula también con
nuestra disponibilidad para asistir a otras personas. Esto nos lleva a la
responsabilidad social. La “responsabilidad social” posiblemente es uno de los
valores reconocidos en los grupos comunitarios desde los orígenes de la
humanidad, resguardado, tal vez, por las normas de convivencia y luego por las
leyes escritas.
Somos socialmente
responsables de un modo personal; esto surge cuando reconocemos nuestro poder
para influir sobre los demás con nuestros pensamientos, acciones y decisiones y
el compromiso de no manipular las acciones y decisiones de los demás con un
beneficio exclusivamente propio. Lo importante es sostener nuestra conducta
ética en cualquiera de los ámbitos de convivencia, trascendiendo lo normativo y
lo legal.
Nuestra responsabilidad
social individual es nuestra conducta ética como miembros de la sociedad en la
cual vivimos, para con nosotros mismos y con todo nuestro entorno. Va mucho más
allá de las obligaciones legales; está vinculada con nuestras actitudes en el
hogar, con nosotros mismos, con nuestras familias, amigos, ambiente, espacios
laborales.
* Responsabilidad Afectiva
La responsabilidad
afectiva se vincula con nuestro modo de actuar en las relaciones
interpersonales. Es una conducta, un comportamiento que manifestamos dentro de
nuestros grupos de convivencia (familia, amigos, ámbito profesional) que afecta
nuestro modo de vincularnos.
Nuestra
responsabilidad afectiva tiene tres pilares básicos que necesitamos tener en
cuenta:
* Ser conscientes de
nuestras conductas y de sus consecuencias en los demás
* Comunicar
claramente nuestros sentimientos y pensamientos, expresar lo que queremos y
necesitamos con absoluta claridad para evitar malas interpretaciones que
malogren nuestros vínculos (recordemos las pautas del “meta modelo del
lenguaje” para ayudarnos a transmitir con claridad nuestros mensajes)
* Poder poner límites
con amorosidad y cuidado, para lo cual necesitamos vernos y sentirnos a
nosotros mismos con absoluta claridad; es decir, tener bien claro lo que
sentimos, lo que queremos y actuar coherentemente en relación con nuestros
sentimientos y anhelos.
Para todo esto,
necesitamos transformar las pequeñas “irresponsabilidades afectiva” que son
comunes en lo cotidiano. Un ejemplo común es suponer que quien nos ama sabe lo
que necesitamos o queremos; es basarnos en supuestos en lugar de aclarar y
actuar en base a esa percepción.
La “irresponsabilidad
afectiva” se manifiesta generalmente por inhabilidad o desconocimiento; pero
también puede estar vinculada la intencionalidad, lo cual aumenta su gravedad
en relación con los vínculos saludables.
Para actuar con “responsabilidad
afectiva” necesitamos calibrar nuestra comunicación todo el tiempo;
dejar de actuar guiados por supuestos y preguntar lo que necesitemos tener
claro acerca de lo que la otra persona quiere, necesita o espera de nosotros;
del mismo modo, buscar la claridad cuando expresemos lo que queremos,
necesitamos y lo que esperamos de la persona con quien estamos interactuando.
Es importante cuidar
la salud de nuestros vínculos; cultivar vínculos saludables es tener claro con
quienes sostenerlos, de quién alejarnos, aprender a poner límites amorosamente;
es aprender a expresar nuestros sentimientos y deseos con absoluta claridad y
libremente, con cuidado y responsabilidad. Las palabras que elegimos usar en
nuestra comunicación tienen que ser fiel reflejo de lo que sentimos, pensamos y
actuamos y a la vez, respetuosas y cuidadosas.